¿A quien no le gusta la comida?, es quizás una de las cosas que despierta y "alimenta" todos los sentidos, claro, un buen plato tan solo a la vista invita a saborearlo, a olerlo y obviamente a probarlo. Sin acercarnos puede que se nos haga agua la boca, porque hasta en este aspecto todo entra por los ojos.
Aunque parezca sencillo e inmediato el proceso no inicia precisamente en la boca, lo que percibamos a través de los ojos se procesa en el cerebro y genera una concepción que depende también de muchos aspectos, desde recuerdos de la infancia hasta asociaciones con momentos muy agradables o desagradables.
Sin embargo, estoy convencida de que un buen plato bien servido no solo complacerá el cerebro y el estomago del comensal sino también el corazón. Y no estoy hablando de algo romántico, aunque no dudo que en algún momento surta este tipo de efectos, sino de puro aprecio por el arte gastronómico, porque así lo veo, como un arte que tiene infinidad de posibilidades y que sobre todo nace de la vocación y de la convicción de que debe ser hecho con el corazón, con amor, como todo lo que uno hace más allá de la implicación del lucro.
Por eso algún día voy a ser chef.
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